En nuestros días, sigue extendida la idea
de que el pensamiento mitológico pertenece a un vergonzoso episodio de la
historia humana que hicimos bien en superar. Una etapa de la historia en la que
las creencias folklóricas y las supersticiones encadenaban al
hombre a una existencia precaria llena de miedos e injusticias. Se piensa en
tales días como la edad en que el hombre no era sino un niño, y como tal ignoraba su potencia, temía a la naturaleza sin saber qu podía dominarla. En aquellos días, los fenómenos terrestres y celestes, en su gran vastedad, eran un constante recordatorio de una precaria subsistencia: la
vida humana podía extinguirse súbitamente como una llama, por fuerzas tan destructivas como
incomprensibles.
La ciencia y la tecnología de la modernidad se perciben
como el signo de una liberación, consecuencia de haber alcanzado una mayoría de edad. La vida humana no volverá a ser la misma. Así, si bien la cuna de la civilización, con toda la complejidad cultural de la política, la religión y el arte que las caracteriza, fue considerada producto del pensamiento
mitológico; en nuestros días, el origen de la civilización se piensa, no
como un hecho casi milagroso, sino como un derecho de nuestra clase filogenética.
La naturaleza fue transformada por el ser humano para su confort. Las majestuosas fieras que
habían sido lo mismo temidas que veneradas por las antiguas civilizaciones son humilladas hoy en zoológicos donde se deshonra su noble linaje, una nobleza que ya sólo sobrevive en pequeñas ficciones
para bibliotecas infantiles. Los sitios sagrados, desiertos, bosques y lagunas,
son mancilladas en la búsqued de sus venas minerales y aplastada para
su goce turístico. Sin embargo, a pesar de esta progresiva invasión del
"progresivo" homo sapiens sobre la faz de la Tierra, las fuerzas
naturales de vez en vez dejan mostrar su puño sublime. Las grandes ciudades
caen presas del pánico ante los terremotos, tsunamis, huracanes y erupciones
volcánicas que tiran nuestros palacios como juguetes. Asimismo, aunque bien el
ser humano ya no le teme a las garras del león o del lobo, no obstante trabaja
día y noche para descifrar las amenazas fantasmales de los virus y del
inconsciente. Ante la fría soledad de la muerte, el credo secular del ciudadano
libre se resquebraja y deja escapar pequeños brotes de fe.
No pocos filósofos han
diagnosticado que la concepción “desencantada” del mundo, característica del
hombre moderno, significó una pérdida en comparación con la antigua concepción
mitológica del mundo. No sólo perdimos el miedo hacia la naturaleza, sino
también nuestra capacidad de asombro frente a los portentos que sigue
escondiendo. Observamos el universo en su orden abstracto, físico y matemático,
pero su valor moral o estético ya nos dice poco o nada, su simetría y
perfección son felices coincidencias: el universo no es más que una maravillosa
máquina sin maquinista ni propósito.
En el último siglo, muchos
filósofos han buscado desembarazarse de la concepción instrumentalista de la
razón—es decir, de la racionalidad que impulsa un soberbio dominio de la
naturaleza—en favor de la vuelta a una visión más íntegra de la mente humana,
donde las guías que dan sentido a nuestra existencia no las constituye una voluntad
perdida dentro de las hipótesis bioquímicas y genéticas, sino el consejo que
las sociedades alrededor del mundo heredaron de sus respectivos antepasados.
Con la vuelta hacia una racionalidad más compleja hay esperanza de hallar una
comprensión menos destructiva del universo que permita liberar al hombre
moderno de sus espectros más temibles: la soledad y el sinsentido.
Sin embargo, todavía
corremos el peligro de obnubilarnos con las verdades descubiertas—como lo han
advertido Platón y los más grandes filósofos de todos los tiempos. Siempre
correremos el riesgo de permitirnos algunos de los peores excesos de nuestra
historia, que mejor haríamos dejándolos enterrados junto con las ruinas de las
antiguas civilizaciones esclavistas.
Estas propuestas se
enfrentan, pues, con el grave problema de discernir cómo entablar nuevas formas
de relación con el mundo y con nuestra especie, lejos del antropocentrismo
soberbio que dominó nuestra civilización durante los últimos siglos.
0 Comments:
Publicar un comentario