La mirada de los animales

El célebre Raymond Smullyan, matemático, músico, mago, humorista y filósofo, sugiere en la página 42 de su libro This book needs no title la siguiente idea:
Suponiendo que hay un Dios, no me sorprendería que los animales tuvieran una percepción directa de Él, mientras que los humanos hemos perdido, de alguna manera, la habilidad de hacerlo. En tal caso, podría ser que la verdadera razón por la que los hombres creen en Dios es que, de hecho, tiene oscuros recuerdos arcaicos de su especie sobre los días en que percibieron a Dios directamente.
    ¡No estoy bromeando en absoluto! Muy a menudo tengo la impresión de que mis perros Peekaboo y Peekatoo están en contacto directo con la Divinidad, aquella de la que los hombres apenas podemos “razonar”. Si mi conjetura es atinada, ¿qué no todas las disputas teológicas del pasado terminan siendo una gran broma? Uno puede razonar en contra de las razones. Tiene sentido razonar en contra de la fe. ¡Ciertamente tiene sentido razonar contra la autoridad! Pero razonar en contra de memorias reales—incluso las inconscientes—, ¿qué fuerza podrían tener tales razones? (R. Smullyan, “Do Animals Perceive God?”; La traducción es mía.)
Desde la antigüedad, los filósofos creyeron que nuestros sentidos perceptivos eran fuente de error. La versión más célebre de esta idea proviene de Platón. Según él, nuestros cuerpos son cárceles para el alma, que debido a su naturaleza inmaterial no pertenece a este mundo, sino al Topus Uranus. Ahí, alguna vez contempló las Formas que ordenan el cosmos. Pero una vez que nuestra alma descendió al mundo terrenal para darnos vida, esta sabiduría fue olvidada. Los objetos de la percepción son fuente de conocimiento sólo de manera indirecta. Nos ayudan a recordar esas Formas que alguna vez nuestras almas conocieron. Todo conocimiento no es más que recuerdo.
    Smullyan se distancia de Platón. Para Platón, el conocimiento no se adquiere sensorialmente, sino sólo racionalmente. Para Smullyan, los razonamientos son lo que podría alejarnos del conocimiento de Dios. Quizás es posible alcanzar ciertas verdades a través de los sentidos. Quizás hay que pensar en los sentidos no de una manera pasiva, sino activa. Quizás la observación no nos engañan; sólo nos engaña una mala observación de las cosas.
    Los animales cuentan con capacidades sensoriales diferentes a las del ser humano. ¿Qué es lo que se siente ser un murciélago?—se preguntaba un famoso filósofo norteamericano hace algunas décadas. No lo sabemos, nunca lo sabremos. La aproximación más cercana a su visión del mundo son burdas analogías abstractas, que es el tipo de comprensión al que tiene acceso el ser humano exclusivamente. Pero no es ocioso preguntar cómo se nos abriría la realidad, por ejemplo, si pudiéramos experimentar el mundo como lo hacen otros animales; si pudiéramos ampliar nuestros propios espectros sensoriales. Smullyan se pregunta, en alguna de sus páginas, lo que se sentiría mirar los colores en una relación de “octavas”, así como nuestro sentido auditivo se relaciona con las notas musicales. ¿Nuestras sensaciones visuales nos hablarían de una realidad que hemos ignorado siempre?
   Se equivoca quien piensa que la idea de Smullyan sobre las capacidades perceptivas de otros animales es ridícula. ¿Quién que se haya dejado cautivar por sus extrañas conductas puede negar que le sobrevinieran alguna vez estas ideas a la cabeza? Confieso que no puedo evitar sentirme inquieto cuando miro los ojos del felino, elegante y misterioso, que se clavan de pronto en un punto del espacio. ¿Qué secretos oculta su mirada sigilosa? ¿Qué entidades metafísicas acecha su inteligencia silente?
    Sin embargo, los comentarios de Werner Herzog, en relación al oso pardo que devoró a Timothy Treadwell y a su novia en 2003, no dejan de ser inquietantes:
Lo que no dejo de pensar es que, en todos los rostros de osos que Timothy consiguió filmar, no encuentro ni afinidad, ni comprensión, ni piedad: sólo la apabullante indiferencia de la naturaleza. Para mí, no hay algo como un mundo secreto de los osos. Su mirada visceral nos habla apenas de un mero interés en alimentarse (Grizzly Man, http://youtu.be/q8MjDyfcMmU, min. 1:36:50, aprox. La traducción es mía).
¿O bien la respuesta que tienen los animales desde el principio de los tiempos es una simple y cruda verdad: la terrible verdad del vacío? ¿O bien es acaso pensable que, a través de una purificación de nuestros sentidos, recuperemos una legítima capacidad sensorial que llegamos a perder en algún momento de nuestra historia?

Roberto Cruz Núñez