En nuestros tiempos, el patriotismo, o el amor y lealtad a la patria, resulta para muchas personas una idea anticuada o, en el mejor de los casos, demasiado cursi para tomarla en serio. Lev Tolstoy dio voz a alguna de estas opiniones cuando escribió que el patriotismo era "estúpido e inmoral". Estúpido porque cada patriota piensa que su nación es la mejor cuando naturalmente puede serlo sólo una; e inmoral porque promueve el compromiso hacia políticas bélicas que contradicen al principio moral más básico: no mates a tu prójimo.
No es extraño en nuestros días, sobre todo entre los círculos universitarios, atestiguar un enorme desdén hacia ciertas expresiones patrióticas. Generalmente este desdén viene acompañado de una explicación de cómo la humanidad es una gran familia que comparte una misma casa: el planeta Tierra. Nada humano nos debería ser ajeno: vivimos en los tiempos de la aldea global, todo proyecto que exacerbe lo local exhibe sus miras cortas y está destinado a extinguirse.
¿Pero esto es todo lo que puede ser el patriotismo? ¿Haríamos mejor en desecharlo para siempre? ¿Es un valor que ya no puede cumplir ninguna función en nuestras vidas contemporáneas?
Alasdair MacIntyre observa una dimensión importante del patriotismo que responde a las críticas de Tolstoi y de los círculos universitarios:
¿Pero esto es todo lo que puede ser el patriotismo? ¿Haríamos mejor en desecharlo para siempre? ¿Es un valor que ya no puede cumplir ninguna función en nuestras vidas contemporáneas?
Alasdair MacIntyre observa una dimensión importante del patriotismo que responde a las críticas de Tolstoi y de los círculos universitarios:
Una idea central de la moral del patriotismo es que eliminaría y perdería una dimensión básica de la vida moral si no entendiera que la representación de la narrativa de mi vida individual se inserta en la historia de mi país. Pues de no entenderla así, no entenderé lo que debo a los otros o lo que los otros me deben a mí, qué crímenes de mi nación estoy obligado a reparar, que beneficios recibidos por mi nación estoy obligado a agradecer. Entender lo que debo y lo que me deben y entender la historia de las comunidades de las que formo parte son, según esta perspectiva, una sola y misma cosa.
Lo que el patriotismo nos enseña es a insertar nuestras vidas individuales dentro de una narrativa mayor: el de las comunidades a las que pertenecemos. Se oponen intuiciones individualistas y comunitaristas en este punto. La primera objeción es: ¿por qué debo pagar yo por las acciones de mi comunidad? La primera respuesta: ¿por qué recibiste tú los beneficios de una comunidad a la que no deseabas pertenecer?
MacIntyre reconoce que no tiene argumentos para darle preferencia a la moral que defiende el patriotismo o a la moral que lo ataca. Su conclusión es que la moralidad nos impone imperativos de uno y el otro lado; y que lo sensato sería aceptar que a veces tenemos un mayor compromiso con nuestra comunidad, y otras veces nuestro compromiso se expresa mejor manteniendo una distancia crítica frente a ella.
Sería muy vanidoso de mi parte pretender resolver esta aparente contradicción. Me interesa, en cambio, saber si estas reflexiones pueden ayudarnos a encontrarle un sentido a las fiestas patrias.
MacIntyre reconoce que no tiene argumentos para darle preferencia a la moral que defiende el patriotismo o a la moral que lo ataca. Su conclusión es que la moralidad nos impone imperativos de uno y el otro lado; y que lo sensato sería aceptar que a veces tenemos un mayor compromiso con nuestra comunidad, y otras veces nuestro compromiso se expresa mejor manteniendo una distancia crítica frente a ella.
Sería muy vanidoso de mi parte pretender resolver esta aparente contradicción. Me interesa, en cambio, saber si estas reflexiones pueden ayudarnos a encontrarle un sentido a las fiestas patrias.
Los símbolos patrios ameritan el respeto que se les otorga en la solemnidad de los actos cívicos, donde el ciudadano recuerda no a “los hombres que nos dieron patria”, sino los valores que nos integraron como nación. Hace ya una treintena de años, Guillermo Bonfil Batalla escribía:
La cultura nacional no puede ser otra cosa que la organización de nuestras capacidades para convivir en una sociedad pluricultural, diversificada, en la que cada grupo portador de una cultura histórica pueda desarrollarse y desarrollarla al máximo de su potencialidad, sin opresión y con el estímulo del diálogo constante con las demás culturas. No es pues, la cultura nacional, un todo uniforme y compartido, sino un espacio construido para el florecimiento de la diversidad.
De ninguna manera estoy en contra de la verbena. Pero si cierto sector de la población arguye que son tiempos solemnes para el recogimiento y la reflexión, entonces el hecho de que las autoridades impongan la verbena debe entenderse como un rompimiento de los lazos comunitarios. El mensaje que se envía es: "eres mi prójimo pero no me importa tu dolor". La fiesta debe celebrarse sólo cuando hay paz y unión en la comunidad. Festejar cuando estas condiciones no se cumplen sólo rompe con lo único que le da valor al patriotismo en nuestro tiempo. Por definición, las fiestas patrias deben ser fiestas populares; si el pueblo no festeja, el patriota no festeja.
Roberto Cruz Núñez
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