Se declaró la muerte de Osama Bin Laden recientemente. Un dato curioso e
histórico es que la noticia se dio a conocer a través de Twitter. El
presidente Barack Obama dio conferencia de prensa un par de horas
después de ser difundida la noticia, dando fe de ella. El pueblo
estadunidense salió a las calles a festejar su muerte. Por supuesto, en
algunas personas cupo la sensatez y reprobó la "celebración".
La postura de la Iglesia Católica es clara y contundente:
Ante la muerte de un hombre, el cristiano nunca se regocija, sino reflexiona en la seria responsabilidad que tiene todo el mundo ante Dios y el hombre, y espera y se compromete a que ningún evento sea excusa para acrecentar aún más el odio, sino la paz.
Por su parte, la célebre filósofa moral de la Universidad de Harvard, Christine Korsgaard, afirmo que:
La mayoría de la gente cree que matar en la guerra es una acción justificada porque es la única manera de detener al enemigo cuya causa juzgamos injusta. Y aunque es controversial, mucha gente cree, o al menos siente, que quienes asesinan merecen morir en retribución a sus crímenes. Pero si confundimos el deseo de derrotar al enemigo con el deseo de retribución contra el criminal, corremos el riesgo de adquirir actitudes injustificadas y vergonzosas --la actitud de pensar que la muerte del enemigo no es un medio para detenerlo, sino que es una victoria en sí misma para nosotros, o quizás incluso la sola actitud de creer que nuestro enemigo merece la muerte simplemente porque es nuestro enemigo. Si tenemos un sentimiento de victoria o triunfo en este caso [es decir, con la muerte de Osama Bin Laden], debería ser porque logramos detenerlo --no porque haya muerto.Hace varios meses discutía con algunos compañeros de filosofía un caso análogo, el secuestro del político conservador mexicano Diego Fernández de Cevallos. Contrario a algunas opiniones de columnistas de la época, yo defendía la postura de que quienes veían de manera positiva e incluso alegre su desaparición de la farándula política no caían necesariamente en una actitud reprobable o vergonzosa. Mis razones eran las mismas. ¿Nos alegramos del secuestro violento de un personaje corrupto? -No, nos alegramos de que una fuente de corrupción tan grande se hubiera detenido. ¿Era necesaria su desaparición violenta? -No, bastaba que se le juzgara conforme a derecho y cumpliera una condena. En fin, de cualquier manera el personaje reapareció en la escena política mexicana sano y salvo.
El caso de Osama es distinto, obviamente, pero desde el punto de vista de los familiares de las víctimas de los atentados del 9/11, incluso ellas deberían guardar ciertas reservas al momento de exigir justicia.
También llama la atención el hecho de que se haya levantado la sospecha de que la noticia fue fabricada por el ejército y el gobierno de los EEUU por obvios intereses de política interna (y externa).