El odio de Krauze y la indignación del país (y una apostilla sobre el silencio poético)

1. En estos días, Enrique Krauze ha criticado por escrito al poeta y activista Javier Sicilia. Su texto comenta brevemente la historia política y moral de nuestro país, en particular a las movilizaciones ciudadanas más recientes. Afirma: "el odio no ha sido el motor principal en nuestros conflictos históricos", ni en el proceso de Independencia, ni la Reforma, la Revolución o el 68. Según él, el odio aparece en México hasta fechas recientes: el proceso electoral de 2006 y con el rechazo a la Guerra contra el narco de Calderón.
   Nos recuerda que el odio es un sentimiento ciego, insaciable e irracional que confunde y compromete el alma de la gente al obsesionarla con la destrucción de su objeto. El odio degrada a quien lo posee; todavía más abajo que la intolerancia. Krauze acusa al cardenal Norberto Rivera y el "resentido" ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador de ser los personajes con quienes el odio está mejor asociado en nuestro país, según Krauze (y los opositores de AMLO).
   Sicilia acusa a las autoridades estatales y federales de corromper las instituciones cuyo propósito era velar por la la seguridad de los mexicanos. Y Krauze le responde a Sicilia acusándolo de cargar con el mismo signo de "decadencia moral" que cargan los actores políticos más nefastos de México: Rivera y AMLO. Para Krauze, que Sicilia se acerque a las demandas de izquierda de AMLO paradójicamente lo llevan a acercarse a la derecha más intolerante. Porque, no ilumina Krauze, las acusaciones contra el Estado están mal dirigidas porque son efecto de una motivación irracional e inmoral. El odio ha hecho que la ciudadanía (incluido Sicilia) confunda a los héroes y a los villanos de la película; el enemigo común es el crimen organizado y no el Estado  que heróicamente lo combate.

El discurso de Krauze contra Sicilia nos recuerda otras dos diatribas que acercan a Krauze con la derecha más intolerante y con el política más nefasto de México. Hace un año, el cardenal Rivera inició una campaña de desprestigio contra Marcelo Ebrard, a propósito de su apoyo a la lucha por los derechos civiles de las parejas homosexuales. Tras el triunfo de este movimiento, el jerarca católico nos acusó a los defeños y a nuestro gobierno de ser una ciudad de odio y venganza. Y por su parte, el insalvablemente ridículo Felipe Calderón insistió con toda torpeza en acusar a López Obrador de haber sembrado sentimientos de odio en la población con su resistencia civil pacífica en 2006. En ambos casos, la derecha intentó conectar a los líderes de izquierda con el vergonzoso sentimiento del odio, para difamar sus causas ante la opinión pública. En ningún momento, ni el cardenal Rivera ni el presidente Calderón debatieron sus opiniones, quizás porque encontraron muy difícil defenderse mediante razones. La estrategia repitió la muy famosa campaña de odio de 2006 lanzada por el PAN contra AMLO.
   Krauze repite exactamente las mismas artimañas. Sólo que en este caso se revierten en su contra. En primer lugar, la estrategia argumentativa es demasiado tonta. El intelectual Krauze debería ser capaz de ofrecer mejores argumentos para sus lectores que los recursos usados por seres tan lejanos al intelecto como lo son Norberto Rivera y Felipe Calderón. En segundo lugar, la postura adoptada es cínica ante la incompetencia del gobierno de Calderón e irrespetuosa ante las familias de las víctimas que reclaman por los suyos al gobierno incompetente. Es lamentable que un intelectual de confesión judía, que además promueve las virtudes de su religión, exhiba semejante pobreza intelectual y moral.
   Los ciudadanos mexicanos sabemos bien lo que sentimos ante este desolador escenario sociopolítico. No es odio, sino indignación frente a un Estado que ha rebajado a niveles infrahumanos la calidad de vida. La indignación no es un sentimiento irracional ni vergonzoso, es una respuesta sensata ante un escenario de desolación moral. Además, la indignación expresa empatía con las víctimas de una guerra sin sentido. Sí, es indigno el modus operandi del crimen organizado pero también indigna que el estado conciba las vidas humanas abatidas como daños colaterales, como bienes prescindibles, como si la aniquilación del narco fuera lo único que importara y no las garantías de los ciudadanos (también los criminales son ciudadanos). La respuesta del Estado no ha sido menos brutal. Nos indigna la tosudez de un presidente que ni siquiera ha podido calmar las sospechas sobre su ascenso al poder. Nos indigna, en fin, que el país sea un caos y los responsables no respondan.
   ¿De qué autoridad goza Krauze para reprobar la indginación de la ciudadanía más agraviada por la política de seguridad de Calderón? ¿Acaso el señor Krauze tiene la cara para decirle a estas familias que su enojo contamina la atmósfera moral de nuestro país? Quien debería sentir vergüenza es Krauze, que cínicamente manipula la opinión pública para defender a Calderón y de paso atacar as su principal rival político: AMLO. ¿Hay un trato más infame contra los familiares de las víctimas que este cínico uso de su dolor?

2. Es una pena que las movilizaciones ciudadanas crezcan sólo cuando la ola de brutalidad criminal alcanza a manchar los zapatos de la clase alta y media alta del país. Quizás sea por el episodio histórico que cruzamos, pero vaya que era urgente hace mucho tiempo atrás hacer crecer enormemente las movilizaciones pasadas, como la de la tragedia de la guardería ABC en 2009 o la del trágico asesinato de Marisela Escobedo el año siguiente.
    Es verdad que la guerra se lucha desde la trinchera en que uno encuentra su arma más poderosa. Si eres buen zapatero, haciendo zapatos debes contribuir a la causa. Si eres poeta, tu arma debe consistir en escribir versos para el combate. Toda lucha justa necesita de sus himnos. ¿Cómo podría haber triunfado la Revolución Francesa sin los versos de La Marsellesa en los labios de los franceses rebeldes?
    Sicilia no debería callar por la violencia que sufre el país. La memoria de su hijo puede ser mejor honrada entregando un himno de lucha. Un himno cuya letra emane desde el dolor de la pérdida insoportable e irreparable de los nuestros, ante la infamia, ante la oscuridad de la muerte, ante la irracionalidad. El poeta debería hallar la palabra ahí donde se sufren infamias que no tienen nombre. La tarea de Sicilia es encontrar un lenguaje que devuelva la voz a quienes el crimen se las ha arrebatado. Los poetas deben hacer que nadie calle, ni siquiera los muertos. Para honrarlos, los poetas deben dar pie a que se revele lo que sólo los inocentes abatidos --y nadie más-- hubieran podido expresar.

Abril de 2011